El estado tiene, básicamente, tres mecanismos de control sobre estos:
Ø Autoriza mediante licencias administrativas la concesión de medios audiovisuales, donde las principales cadenas son estatales.
Ø Regula y controla la publicidad institucional, la cual es vital para su subsistencia, a la prensa escrita.
Ø Favoreciendo la concentración de medios en torno a facciones ideológicas, como se demostró en el caso de la absorción de Antena 3 por la cadena SER.
Al no existir separación de poderes ni independencia del poder judicial, cuyos órganos se constituyen por cuotas obtenidas por los partidos, los medios de comunicación reproducen, en perfecta simetría, la forma sinárquica del estado, transmitiendo todos sus tópicos, sus principios y sus mentiras, transformando de esta forma la opinión oficial del régimen en opinión pública.
El ciudadano se encuentra de esta forma desnudo de criterios de verdad y solo le queda la opción de arroparse con las vestimentas ideológicas, sean liberales (PP) o socialdemócratas (PSOE), del estado de partidos.
Pero esta estructura general, no esconde otro mecanismo más sutil de control que opera en la prioridad que se le da a dichos medios.
En una sociedad donde impera el materialismo consumista y que se minusvalora la lectura como virtud y opción de ocio, el ejecutivo sabe que los medios audiovisuales son los más potentes en la transmisión de la opinión oficial. Esto explica su actuación arbitraria para garantizarse el dominio casi absoluto sobre estos, facilitada por la falta de control democrático del poder.
Ni que decir tiene que los medios de comunicación son decisivos en el resultado de los procesos electorales. De hecho en los 30 años que llevamos de partitocracia, casi siempre ganó el partido que controló el ejecutivo y por lo tanto el 90% de los medios audiovisuales.
Solo en tres ocasiones salió vencedora la oposición: en 1982 a consecuencia del 23-F, en 1996 por la contumaz y obstinada corrupción felipista junto a la amenaza de quiebra económica del estado y en 2004, como consecuencia del 11-M.
Solo la transformación del estado de partidos en democracia, con control ciudadano del poder político y financiero mediante leyes antioligopolio y concesiones que garanticen la igualdad de oportunidades, hará florecer la libertad de pensamiento, que diseminará el espíritu crítico ciudadano por los campos de la genuina opinión pública.